El olvido como forma de censura | la extinción silenciosa de la cultura

No hace falta una hoguera para destruir una cultura. No es necesario el fuego ni la prohibición explícita. Basta con la indiferencia, con la erosión lenta del hábito de leer, con la sustitución del pensamiento crítico por la inmediatez de lo superficial. No se trata de una censura violenta, sino de una desaparición silenciosa, de una extinción disfrazada de entretenimiento infinito y distracciones fugaces.

La cultura no muere con estruendo, sino con desinterés

Quemar libros es un acto de barbarie evidente. Es un gesto de represión visible, una agresión que despierta indignación. Pero lo que realmente destruye la cultura no es la prohibición, sino la apatía. Un libro ignorado es tan inútil como un libro prohibido. Y en un mundo donde las pantallas capturan nuestra atención con una inmediatez adictiva, la lectura se convierte en un acto de resistencia.

La desconexión del pensamiento

Leer no es solo consumir palabras, es construir ideas, cuestionar, imaginar. Cuando una sociedad deja de leer, deja de pensar por sí misma. Pierde referencias, se vuelve más manipulable, más dispuesta a aceptar la versión más sencilla de la realidad. La falta de lectura no solo nos priva de historias, sino de la capacidad de entender el mundo en su complejidad.

¿Cómo se combate el olvido?

No con quejas nostálgicas ni con imposiciones, sino con acción. Leer debe ser un acto cotidiano, un placer redescubierto, una conversación constante. Hay que contagiar la curiosidad, mantener viva la chispa del conocimiento, hacer de la lectura algo vital, no un lujo o una obligación académica.

Los libros no necesitan fuego para desaparecer. Solo necesitan ser olvidados. Y la única forma de evitarlo es abrir uno y empezar a leer.

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