Había sido abandonada como se abandonan las cosas usadas, en un rincón oscuro de la casa
El abandono no llega con estruendo, sino con un silencio insoportable. No es un portazo, sino el eco de pasos que ya no vuelven. No es un adiós, sino la ausencia que crece en los espacios vacíos. No me dejaron con furia ni con lágrimas, sino con la indiferencia de quien deja un objeto olvidado en un rincón polvoriento de la casa, sin reparar en su existencia, sin preguntarse si aún tiene valor.
Pero, ¿Qué ocurre con aquello que se abandona? ¿Muere en el olvido o encuentra una nueva forma de existir? Tal vez el desecho no es el final, sino el inicio de una transformación. Como un libro cubierto de polvo que alguien redescubre, como una planta que crece en el resquicio de un muro derrumbado. Quizá lo que una vez fue dejado atrás se reinventa lejos de las manos que lo soltaron.
El abandono duele, sí, pero también es un recordatorio brutal de que valemos más que el lugar donde nos dejaron. Porque en algún punto, la sombra del rincón oscuro se rompe con un haz de luz, y entonces, lo olvidado recuerda que nunca dejó de ser.
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