La realidad: un pacto frágil entre quienes la perciben

La realidad no es un ente sólido e inmutable; es un acuerdo, un consenso tácito entre quienes la observan y deciden aceptarla como verdad. Lo que damos por cierto no es más que una construcción colectiva, sostenida por hábitos, creencias y estructuras mentales compartidas. Pero, ¿qué ocurre cuando ese acuerdo se rompe? ¿Qué pasa cuando alguien desafía las reglas del juego y se atreve a mirar más allá?

La ilusión de lo estable

Desde pequeños nos enseñan a creer en una realidad estructurada: normas sociales, límites físicos, jerarquías inquebrantables. Se nos dice qué es posible y qué no, qué es lógico y qué absurdo. Pero a lo largo de la historia, quienes han osado cuestionar estos acuerdos han sido los que han transformado el mundo. La ciencia, el arte, la filosofía… todo avance ha surgido del acto revolucionario de desafiar lo establecido, de imaginar que lo “imposible” podría ser real.

El abismo de la incertidumbre

Cuando el acuerdo de la realidad se rompe, la incertidumbre se despliega. Puede ser aterrador, porque nos deja sin puntos de referencia. Pero también es liberador, porque nos permite crear nuevas posibilidades. Las grandes revoluciones nacen en esos momentos de quiebre: cuando una persona o una sociedad dejan de aceptar la realidad impuesta y empiezan a construir la suya propia.

Todo es posible, pero ¿Qué elegimos hacer con ello?

Si la realidad es un acuerdo y este puede cambiar, entonces todo es posible. Pero la pregunta clave es: ¿Qué hacemos con esa posibilidad? No basta con romper el acuerdo si no tenemos la voluntad de forjar uno nuevo, más justo, más amplio, más alineado con lo que realmente queremos ser.

Vivir con esta conciencia es un acto de valentía. Requiere cuestionarlo todo, desafiar lo que parece inamovible y estar dispuesto a caminar en terrenos inciertos. Pero en ese riesgo está la verdadera libertad: la capacidad de construir nuestra propia realidad en lugar de aceptar una impuesta por otros.

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