Oye a Los Hijos De La Noche… ¡Qué Dulce Melodía!
La noche siempre ha sido un símbolo de misterio, de lo oculto, de lo que se esconde cuando la luz se apaga. Hay quienes la temen, quienes la asocian con lo siniestro y lo desconocido. Pero también hay quienes encuentran en ella una belleza inquietante, una sinfonía de susurros que solo pueden oírse cuando el ruido del día se disuelve en la penumbra.
La música de lo prohibido
Los “hijos de la noche” evocan imágenes de criaturas etéreas, de sombras que danzan al filo de lo real y lo imaginario. Es el eco de lo que no comprendemos del todo, de lo que acecha en los márgenes de nuestra percepción. Y, sin embargo, hay una dulzura en esa presencia. Un canto hipnótico que nos invita a escuchar, a adentrarnos en lo desconocido sin miedo.
El encanto de lo nocturno
La noche transforma el mundo en un escenario distinto. La ciudad duerme, pero los que permanecen despiertos descubren otro ritmo, una melodía diferente. El viento entre los árboles, el crujir de la madera, el ulular lejano de algún animal nocturno. Todo forma parte de un concierto que no todos se detienen a apreciar. Es en la oscuridad donde la imaginación se expande, donde las historias toman forma, donde los miedos y los deseos se confunden.
Reflexión final
Escuchar a los hijos de la noche es más que atender sonidos en la penumbra; es aceptar la dualidad de la existencia, el equilibrio entre la luz y la sombra. La melodía de la oscuridad no es necesariamente siniestra, sino una invitación a descubrir lo que solo se revela cuando dejamos de temerle. Porque, a fin de cuentas, lo desconocido no es siempre un enemigo, sino una parte ineludible de la sinfonía de la vida.
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