A veces vivir es simplemente no dejar de caminar
No todos los días tienen luz. No todos los capítulos son memorables. A veces, la vida no se parece a una historia, sino a un párrafo sin final, a una página en blanco, a una jornada gris sin señales. En esos días, vivir no se siente como una celebración ni como una promesa, sino como un acto de resistencia. Y, aun así, seguimos.
Porque a veces vivir es eso: no dejar de caminar. Aunque no sepas hacia dónde. Aunque no tengas fuerzas. Aunque cada paso se sienta como una batalla. Aunque lo único que puedas hacer sea avanzar por inercia, agarrándote a lo poco que queda en pie dentro de vos.
No se trata de grandes hazañas ni de metas cumplidas. A veces la valentía no está en ganar, sino en no rendirse. En levantarte, aun cuando no haya quien te aplauda. En vestirte, salir, sonreír a medias. En no dejar que el miedo te encierre. En seguir andando con la esperanza de que, al doblar alguna esquina, algo—o alguien—te recuerde por qué vale la pena seguir.
Una historia sencilla, pero honesta
Marta tiene 59 años. Hace un año perdió a su hijo en un accidente. Su mundo colapsó. Las mañanas dejaron de tener sentido. La comida no tenía sabor. La risa de los demás le parecía una traición.
Durante los primeros meses, apenas podía salir de la cama. Pero cada día, al despertar, repetía una sola frase: “Un paso más”. Así, sin exigirse nada más. Sin esperar grandes cambios. Solo caminar. Ir al supermercado. Tender la cama. Pasear sola por el parque donde antes jugaban. A veces lloraba, otras no sentía nada.
Un año después, Marta sigue de pie. No porque haya “superado” su pérdida, sino porque la ha ido integrando. Camina con el dolor, no contra él. Y en ese andar cotidiano, empezó a encontrar pequeñas razones: una vecina que le deja pan casero en la puerta, una niña que le sonrió sin motivo, una canción que sonó en la radio justo cuando más lo necesitaba.
El valor de los pasos pequeños
Nos enseñaron a glorificar los logros visibles, los grandes saltos. Pero nadie nos enseñó a valorar los pasos diminutos. Esos que damos cuando nadie ve, cuando no hay aplausos ni recompensas.
¿Sabías que, según un estudio de la American Psychological Association, las personas que se enfocan en “acciones pequeñas y consistentes” tienen mayor bienestar emocional que aquellas que solo se fijan en metas a largo plazo?
Vivir es una construcción lenta. Y a veces, sobrevivir es suficiente. Porque incluso eso, en ciertos contextos, es heroico.
Preguntas para que te preguntes
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¿Qué paso pequeño podrías dar hoy, aunque estés cansado?
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¿Estás exigiéndote moverte como si no tuvieras heridas?
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¿Qué te sostiene en los días más difíciles?
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¿Quién ha sido testigo de tus pasos silenciosos?
No dejar de caminar, incluso en la niebla
Hay días en que todo está nublado. No sabes si vas hacia adelante o en círculos. Pero caminar, incluso en la niebla, es un acto de fe. Significa confiar en que, aunque no veas el final, hay un camino. Y en que, al moverte, estás creando dirección, aunque sea milímetro a milímetro.
Puede que tu camino no sea recto ni glorioso. Puede que haya pausas, retrocesos, caídas. Pero cada paso tiene un valor enorme: es tu forma de decirle al mundo, y a vos mismo, que seguís vivo.
¿Qué significa "caminar" realmente?
Caminar no siempre es literal. A veces caminar es:
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Responder un mensaje que no querías leer.
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Abrir la ventana cuando todo adentro te pide oscuridad.
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Poner un pie fuera de la cama aunque sientas que el día pesa.
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Pedir ayuda. Reconocer que no podés solo.
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Escribir unas líneas. Releer algo que antes te dio esperanza.
Y otras veces, caminar es simplemente no rendirte.
Acciones pequeñas que valen oro
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Establece un ritual diario: Puede ser tan simple como tomar tu café en silencio, escribir tres frases en un cuaderno o escuchar una canción que te reconecte.
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Valida tu proceso: No te compares con los demás. Todos tienen ritmos distintos. Vos también estás haciendo lo mejor que podes con lo que tenés.
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Busca presencia, no productividad: Estar presente en lo que haces —aunque sea lavar los platos— puede ser una forma de conexión contigo mismo.
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Nombra tus logros invisibles: ¿Sobreviviste al lunes? ¿Pudiste decir “no” cuando antes callabas? ¿Saliste a caminar aunque no tuvieras ganas? Todo eso cuenta.
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No niegues lo que sentís: La tristeza, el miedo, la incertidumbre... todo lo que sentís es válido. Aceptarlo es parte de seguir.
Reflexión final
No siempre se trata de correr. Ni de llegar primero. A veces, simplemente se trata de no detenerse. De confiar en que el movimiento, por más mínimo que sea, es una forma de vida. Que el camino no se construye con saltos, sino con huellas. Que mientras sigas avanzando, aunque sea arrastrando los pies, estás resistiendo. Y eso ya es un triunfo.
Y si algún día sentís que ya no podes seguir... recordá esto:
A veces vivir es simplemente no dejar de caminar. Y eso también es una forma de amor.
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