Aprender a Estar Solo: El Primer Paso para Estar con Otros
La soledad es uno de los estados más temidos por la mayoría de las personas. Se habla de ella como una enfermedad, una condena o una tristeza inevitable. Pero ¿y si la soledad no fuera el problema, sino la falta de relación con ella? ¿Y si, al huir de la soledad, estuviésemos también huyendo de nosotros mismos?
Porque hay una verdad que, por incómoda, muchas veces evitamos: quien no sabe estar solo, tampoco sabe estar con otros.
Y no se trata de soledad forzada, sino de la elección consciente de compartir tiempo con uno mismo, sin distracciones, sin validación externa, sin depender de un “otro” para sentirse completo.
La confusión entre soledad y vacío
Muchos creen que estar solo es sinónimo de estar incompleto. Desde pequeños se nos enseña a buscar compañía, a temer el silencio, a llenar cualquier vacío con ruido o con presencia. Pero la soledad no es el problema. El problema es el vacío que sentimos cuando no sabemos quiénes somos si no estamos con alguien más.
En palabras del psicólogo Carl Jung: “La soledad no viene de no tener gente alrededor, sino de no poder comunicar las cosas que parecen importantes para uno mismo.” ¿Y cómo vamos a comunicar algo si no hemos aprendido a escucharlo primero?
La historia de Clara
Clara tenía 32 años y nunca había estado soltera por más de tres meses. Saltaba de una relación a otra, no por capricho, sino por miedo. La sola idea de pasar un fin de semana sin pareja la angustiaba. Pero tras una ruptura particularmente dura, decidió no buscar a nadie.
Al principio fue difícil. Se sintió incómoda consigo misma. No sabía qué hacer con tanto silencio. Pero poco a poco empezó a notar cosas: que le gustaban los domingos con libros, que se reía sola cuando cocinaba, que disfrutaba largas caminatas sin rumbo. Descubrió que su compañía no era una carga, sino una casa que nunca había habitado.
Cuando, más adelante, se abrió a una nueva relación, fue distinto. Ya no lo hizo desde la necesidad, sino desde el deseo. No buscaba que la completaran, sino compartir desde lo que ya era. Había aprendido que estar sola no era un castigo, sino una forma de conocerse.
La soledad como músculo
Aprender a estar solo es como entrenar un músculo. Al principio duele. Requiere paciencia y práctica. Pero una vez que se fortalece, se convierte en uno de los pilares más firmes de la vida emocional.
Estar solo no significa cerrarse al mundo. Significa poder estar con uno mismo sin ansiedad, sin necesidad de validación constante, sin la urgencia de llenar los silencios.
Una persona que ha hecho las paces con su soledad no tiene miedo de amar, porque no necesita. Elige. Y eso cambia todo.
¿Qué nos dice la ciencia?
La psicóloga Sherry Turkle, en su libro “Alone Together”, habla sobre cómo la tecnología ha creado la ilusión de conexión constante, pero muchas veces ha disminuido la capacidad de estar con uno mismo. “Nos escondemos de nosotros mismos, aunque estemos conectados a miles de personas.”
Por otro lado, estudios publicados por Psychology Today muestran que las personas que dedican tiempo de calidad a la soledad voluntaria presentan mayores niveles de autoconsciencia, regulación emocional y empatía.
Es decir: estar solos no solo nos beneficia a nosotros, sino que nos hace mejores compañeros.
Preguntas para el lector
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¿Cuándo fue la última vez que estuviste solo sin sentirte incómodo?
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¿Cómo te tratás cuando nadie más te ve?
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¿Sabés quién sos más allá de los roles que cumplís para los demás?
Acciones para fortalecer tu relación con la soledad
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Practicá el silencio intencional: Apagá el celular durante una hora al día y hacé algo sin distracciones. Observá qué pensamientos aparecen.
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Escribí para vos: Llevá un diario en el que no tengas que impresionar a nadie. Sé brutalmente honesto.
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Hacé planes contigo mismo: Salí a comer solo, andá al cine, viajá. Disfrutá de tu compañía sin esperar validación externa.
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Meditá: No para alcanzar un “estado zen”, sino para observarte sin juicio.
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Revisá tus vínculos: Preguntate si estás con alguien por amor… o por miedo a estar solo.
Una reflexión final
Una relación sana —con otro o con uno mismo— se basa en la libertad. Y solo quien sabe estar solo, es verdaderamente libre.
Amar desde la soledad habitada es amar sin cadenas. Es decir: “quiero compartir con vos este camino, pero también puedo caminar solo”. Y ahí, en ese equilibrio, nacen los vínculos más honestos.
La próxima vez que te sientas solo, no corras. No llenes el vacío de inmediato. Sentate con vos mismo. Escuchate. Quizá descubras que no estás tan solo como pensabas. Que ahí, en ese espacio de silencio, habita una voz que siempre estuvo esperando que le prestaras atención: la tuya.
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