El cuerpo siempre dice lo que la boca no puede

No todos los dolores se expresan con palabras. No todas las heridas sangran. Hay sufrimientos que se esconden tan bien que ni nosotros mismos sabemos que están ahí… hasta que el cuerpo habla. A veces susurra con un nudo en la garganta. Otras veces grita a través de un insomnio persistente, un dolor de espalda, una fatiga que no se va ni con el descanso. Porque el cuerpo, aunque no tenga voz, tiene memoria. Y siempre, tarde o temprano, dice lo que la boca no puede.

Vivimos en una cultura que nos enseña a reprimir. Desde pequeños, nos dicen que no debemos llorar en público, que no hay que enojarse, que debemos “estar bien” aunque por dentro nos estemos desmoronando. Aprendemos a callar lo que sentimos. Pero eso no significa que desaparezca. Lo que no se dice se transforma: en tensión muscular, en enfermedades psicosomáticas, en tristeza sin causa aparente.

Una historia común, pero poderosa

Laura tiene 36 años. Desde hace meses sufre de gastritis crónica, insomnio y ataques de ansiedad. Ha ido a médicos, cambiado su dieta, hecho yoga. Nada parece aliviar su malestar. Finalmente, en una sesión de terapia, se permite llorar. Llora por su divorcio, por la soledad, por los años que se fingió fuerte. Y entonces lo entiende: su cuerpo estaba cargando lo que su alma no se atrevía a soltar. La enfermedad fue la forma que su historia encontró de salir a la superficie.

Y como Laura, somos muchos.

La ciencia lo confirma

El campo de la psicosomática —que estudia cómo las emociones afectan al cuerpo— ha crecido enormemente en los últimos años. Uno de los libros más citados es El cuerpo lleva la cuenta (The Body Keeps the Score), del psiquiatra Bessel van der Kolk. En él, se explica cómo el trauma, el estrés no procesado y las emociones reprimidas se quedan atrapadas en el sistema nervioso, afectando directamente el funcionamiento físico del cuerpo.

Según estudios de la Universidad de Harvard, el estrés emocional prolongado puede reducir la eficacia del sistema inmunológico, alterar la digestión y producir inflamación crónica. No es una metáfora poética: el cuerpo realmente carga con lo que no procesamos.

¿Qué te está diciendo tu cuerpo?

Te invito a hacer una pausa y observar:

  • ¿Hay zonas de tu cuerpo donde siempre sentís tensión?

  • ¿Tu respiración es superficial o profunda?

  • ¿Tu sueño es reparador o inquieto?

  • ¿Sufrís de dolores recurrentes sin causa médica clara?

No todo síntoma tiene raíz emocional, claro. Pero muchas veces, lo físico es un llamado de atención para mirar más adentro.

El cuerpo como lenguaje

Un tic nervioso. La rigidez en los hombros. Las manos que sudan. El pecho que se oprime sin razón. El cuerpo tiene su propia gramática emocional. Y cuanto más aprendemos a escucharla, menos necesitamos que grite para ser atendido.

No se trata de volverse hipersensible ni de dramatizar. Se trata de reconocer que somos una unidad: mente, cuerpo, emoción. Y lo que una parte calla, otra lo expresa.

Preguntas para la reflexión

  • ¿Qué emociones evitas sentir o expresar?

  • ¿Hay alguna parte de tu cuerpo que parece llevar un peso extra?

  • ¿Cuándo fue la última vez que lloraste de verdad? ¿Te lo permitiste?

Acciones para comenzar a escuchar al cuerpo

  1. Escribir lo que no decís: A veces escribir una carta que nunca enviarás o un diario emocional puede abrir compuertas internas que estaban bloqueadas.

  2. Escanear tu cuerpo en silencio: Cada noche, antes de dormir, cerró los ojos y recorre tu cuerpo mentalmente. Observa sin juicio. ¿Qué sentís? ¿Dónde duele? ¿Dónde se tensa?

  3. Movimiento consciente: Prácticas como yoga, danza libre o caminatas en silencio pueden ayudarte a liberar tensiones acumuladas.

  4. Nombrar la emoción: Cuando sientas malestar físico, preguntate: ¿Qué estoy sintiendo que no he dicho? Ponerle nombre a una emoción puede aliviar su carga.

  5. Buscar acompañamiento profesional: Psicoterapia, bioenergética o terapia somática son caminos eficaces para liberar lo que se ha quedado atrapado.

El silencio también enferma

Cuántas veces decimos "estoy bien" cuando en realidad estamos hechos pedazos. Cuántas veces sonreímos mientras por dentro nos estamos ahogando. El cuerpo no se traga esas mentiras. Él las guarda. Las transforma. Las devuelve.

Por eso, hay que aprender a hablar con honestidad. No solo con los demás, sino con nosotros mismos. A veces el primer paso hacia la sanación es admitir en voz baja: “No estoy bien. Y está bien no estarlo”.

Una metáfora final

Imaginá tu cuerpo como una casa antigua. A simple vista puede parecer sólida. Pero si cerrás puertas, si acumulás muebles rotos, si nunca abrís las ventanas, la casa se llena de humedad, de polvo, de silencio. El cuerpo necesita ser habitado con presencia, con verdad. Necesita que le prestes atención antes de que tenga que gritar.


Reflexión final

El cuerpo siempre dice lo que la boca no puede. Porque está más conectado con nuestra verdad que nuestras propias palabras. Y si no lo escuchamos con atención, si no lo cuidamos con ternura, si no le damos espacio para expresarse, nos lo dirá con síntomas, con dolor, con cansancio.

No es debilidad, es sabiduría. El cuerpo nos protege, nos guía, nos muestra el camino cuando lo demás falla.

Quizás hoy sea un buen momento para dejar de ignorarlo. Para preguntarle qué necesita. Para agradecerle por todo lo que ha soportado. Porque quizás, si empezamos a escucharlo, también empezamos —por fin— a sanar.

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