El tiempo no sana, solo acostumbra


A lo largo de la vida, hay frases que repetimos casi como plegarias. Algunas las escuchamos desde pequeños, otras las susurramos en momentos de desesperación, como si fueran conjuros que pudieran revertir el dolor. “El tiempo lo cura todo” es una de ellas. La decimos para consolarnos, para apaciguar la incertidumbre que provoca el dolor y la pérdida. Pero con el paso de los años, muchos descubrimos una verdad distinta: el tiempo no sana. Solo acostumbra.

Hay heridas que no sangran, pero siguen palpitando. Algunas incluso se hacen más fuertes con los años, más profundas con el silencio. Aprendemos a vivir con ellas no porque desaparezcan, sino porque nos adaptamos. Como quien aprende a caminar con una piedra en el zapato que nunca se puede quitar, pero a la que uno se resigna.

Una historia real

Andrea perdió a su hermano en un accidente cuando tenía diecisiete años. En el funeral, todos le decían que el tiempo la ayudaría, que todo pasaría, que volvería a sonreír. Veinte años después, todavía guarda la camiseta que él le prestaba, todavía evita escuchar cierta canción que ponían en el auto, todavía llora cada aniversario. ¿Está rota? No. Tiene una vida, hijos, proyectos. Pero el dolor sigue ahí. No la definió, pero la marcó. Andrea entendió que no debía esperar a dejar de doler, sino aprender a vivir sin que eso la impidiera seguir amando lo que le queda.

Lo que dice la ciencia

Estudios de neurociencia han demostrado que los recuerdos emocionales intensos, como los relacionados con una pérdida o un trauma, se almacenan de manera diferente en el cerebro. La amígdala y el hipocampo los graban con mayor fuerza y persistencia. Según un estudio del Journal of Neuroscience, aunque el tiempo pase, la reactivación emocional de esos recuerdos puede seguir siendo igual de potente, especialmente si no se han trabajado emocionalmente.

Esto no significa que estemos condenados al sufrimiento, pero sí que el olvido no siempre llega. Lo que llega es otra cosa: la capacidad de convivir con lo que duele.

El aprendizaje de acostumbrarse

Acostumbrarse no significa rendirse. Significa transformar el dolor en algo habitable. Es entender que el vacío no se llena, pero se puede caminar alrededor de él sin caer todo el tiempo. Que uno puede vivir con una ausencia como quien vive con un eco: a veces molesta, a veces acompaña.

Piensa en todas las pérdidas que has vivido. ¿Cuántas de ellas desaparecieron por completo? ¿Y cuántas simplemente se hicieron parte de ti?

Preguntas para el lector

  • ¿Qué heridas llevas contigo desde hace tiempo?

  • ¿Has intentado sanarlas o simplemente has aprendido a vivir con ellas?

  • ¿Qué te ayuda a seguir cuando todo parece estancado en el dolor?

Consejos para integrar el dolor

  1. No niegues lo que sentís: A veces nos obligamos a estar bien antes de tiempo. Permitite llorar, hablar, recordar. Negar el dolor solo lo hace más profundo.

  2. Hacé rituales personales: Encender una vela, escribir una carta, visitar un lugar con significado. Los rituales le dan forma al vacío.

  3. Contá tu historia: Compartir lo vivido no solo libera, también conecta. Muchas veces el alivio llega al saber que no somos los únicos.

  4. Dejá de buscar “cerrar ciclos” si no es lo que necesitás: No todos los duelos terminan. Algunos se convierten en parte de tu identidad, y eso también está bien.

  5. Dale un nuevo sentido a lo perdido: Transformar el dolor en acción —ayudar a otros, crear algo, hablar de ello— puede ser una forma de sanación distinta.

Cuando el tiempo no alcanza

Hay quienes, en el afán de seguir adelante, meten el dolor en un cajón. Lo guardan, lo silencian, lo decoran con frases bonitas. Pero lo cierto es que si no se le da espacio, el dolor encuentra otros caminos: aparece como ansiedad, como insomnio, como enfermedad. El cuerpo también recuerda lo que la mente intenta olvidar.

Entonces, más que esperar que el tiempo haga magia, quizás sea hora de preguntarse: ¿Qué hago yo con lo que me duele? Porque el tiempo puede pasar, pero si uno no hace el trabajo emocional, lo que duele no se va. Solo se esconde.

Una metáfora para cerrar

Imaginá que el dolor es como una piedra lanzada al agua. Al principio, el impacto es fuerte, el agua salpica, todo se altera. Con el tiempo, las ondas se hacen más suaves, más lentas. Pero la piedra sigue ahí, en el fondo. No se deshace, no se va. Aprendes a nadar alrededor de ella, incluso a encontrarle otro sentido. Y eso, quizás, es lo más parecido a sanar que podemos esperar.


Reflexión final

Decir que el tiempo cura todo es, en el mejor de los casos, una forma amable de esperar que el dolor se vuelva tolerable. Pero la verdad más honesta es esta: el tiempo no sana. Solo acostumbra. Y en ese acto de acostumbrarse, de aprender a vivir con lo que no se borra, hay una forma profunda de fortaleza.

Quizás no volvamos a ser los mismos. Pero podemos ser otros. Y con suerte, más compasivos, más sabios, más vivos. Porque en el fondo, no se trata de olvidar lo que nos dolió… sino de honrarlo caminando hacia adelante, paso a paso, sin prisa, pero con valor.

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