Irse también puede ser un acto de amor
No siempre el que se va es el que abandona. A veces, marcharse es el último acto de dignidad. O el primero de amor propio. O, incluso, un gesto de amor hacia el otro. Porque hay relaciones que duelen más que sanan, lugares que nos asfixian sin tocarnos, rutinas que apagan sin decir una palabra. Y entonces uno se va. No porque no quiera quedarse, sino porque quedarse sería mentirse. Porque quedarse, en ciertos momentos, también puede ser una forma de abandono… de uno mismo.
El juicio fácil: “Se fue, entonces abandonó”
Nos enseñaron a ver la partida como sinónimo de cobardía, de traición. Al que se va se le culpa, se le señala, se le convierte en villano. Pero no siempre conocemos la historia completa. A veces, quien se queda lleva tiempo dejando de mirar, de cuidar, de sostener. A veces, quien se queda fue el primero en irse emocionalmente, mucho antes de que el otro empacara sus cosas.
Irse físicamente no siempre es la primera forma de abandono. Hay quienes se quedan por años con la presencia, pero no con el alma. Y hay quienes se van con lágrimas en los ojos y el corazón hecho trizas, sabiendo que su marcha es la única manera de no romperse por dentro.
¿Por qué nos cuesta entender esto?
Porque preferimos explicaciones simples. Porque el dolor busca culpables, no matices. Y porque la soledad que queda cuando alguien se va es tan honda, que necesitamos señalarla con un dedo para no mirar hacia adentro.
Pero en el fondo, lo sabemos: hay despedidas que no son abandono, sino rescate. Hay salidas que no son huida, sino liberación.
Una historia que resuena
Lucía vivió diez años con alguien que no la lastimaba de forma evidente. No había gritos, no había golpes. Pero tampoco había abrazos sinceros, ni conversaciones reales, ni sueños compartidos. Solo silencio. Una casa fría de palabras. Durante años pensó que debía aguantar. ¿Acaso no había estabilidad? ¿No había una “vida normal”? Hasta que un día, al verse al espejo, no se reconoció. Empacó sin hacer ruido y se fue.
Afuera todos dijeron: “Él era un buen hombre, ¿Cómo pudo abandonarlo?”. Nadie supo que Lucía llevaba años sintiéndose sola, incluso cuando dormían en la misma cama.
Preguntas para quien lee
-
¿Has juzgado a alguien por irse sin conocer toda su historia?
-
¿Alguna vez tuviste que irte para no seguir perdiéndote a ti?
-
¿Qué significa para ti “abandonar”? ¿Es siempre lo mismo que “irse”?
Estudios que respaldan
Según una investigación publicada en el Journal of Social and Personal Relationships, muchas personas que terminan relaciones amorosas lo hacen no por falta de amor, sino por sentirse emocionalmente desconectadas o no vistas. No es que se fueran sin motivo, es que ya se sentían solas dentro de la relación.
Esto también se aplica a trabajos, familias, ciudades. El abandono emocional es invisible, pero cala profundo. Y muchas veces el que parte lo hace porque ha sido abandonado de maneras que nadie notó.
Acciones para mirar con otros ojos
-
Escucha sin suponer: si alguien te dice que necesita irse, intenta preguntar más y juzgar menos. Detrás de cada despedida hay una historia que no siempre se ve.
-
Revisa tus vínculos: ¿estás presente emocionalmente con los que amas? ¿O ya te has ido sin darte cuenta?
-
Sé honesto contigo: si sientes que estás quedándote solo por miedo o por costumbre, quizás lo más valiente no sea aferrarte… sino soltar.
Reflexión final
Irse a veces duele más que quedarse. Pero hay ausencias que son gritos de existencia. Porque no todo el que se va quiere desaparecer. A veces se va para encontrarse. O para dar espacio a lo que dejó de crecer. No todo el que se va, abandona. No todo el que se queda, ama.
Tal vez, en el fondo, irse no es dejar al otro. Es no dejarse a uno mismo.
Comentarios
Publicar un comentario