La nostalgia como refugio: una forma elegante del miedo
Decimos que extrañamos el pasado, que nos gustaría volver a esos días más simples, más cálidos, más nuestros. Llamamos a ese anhelo “nostalgia” y lo envolvemos en tonos sepia, en canciones viejas, en perfumes que ya casi no existen. Pero ¿Qué pasa si, en el fondo, esa nostalgia es solo una excusa? ¿Una manera sofisticada de no mirar hacia adelante? ¿Y si no es tanto amor por lo que fue… sino miedo a lo que viene?
Pero un día su hija la vio. Y le preguntó:
—¿Por qué siempre usas eso cuando estás triste?
Porque la nostalgia, aunque a veces parece dulce, esconde algo inquietante: el deseo de quedarnos en un lugar que ya no existe.
Recuerdo una tarde, hace algunos años, en que encontré una caja con cartas de mi adolescencia. Estaban dobladas con cuidado, escritas en tinta que ya se desvanecía. No las leía desde hacía más de una década. Al abrir la primera, sentí un nudo en el pecho. No por lo que decía —palabras inocentes, ingenuas incluso— sino por lo que representaban: una versión de mí que ya no estaba.
Durante los días siguientes me obsesioné. Escuché música de esa época, busqué fotos viejas, hasta traté de vestirme como entonces. Fue como una fiebre. Pero no era alegría lo que me motivaba, sino una especie de vértigo: la necesidad de agarrarme de algo conocido porque el presente me parecía inestable, y el futuro me asustaba más de lo que quería admitir.
Ahí entendí: la nostalgia no era solo una emoción melancólica. Era una trinchera. Un lugar al que volvía porque me daba miedo seguir caminando.
¿Por qué tememos tanto el futuro?
Porque el futuro es incierto, incontrolable, desconocido. El pasado, por muy imperfecto que haya sido, ya está narrado. Podemos editarlo, interpretarlo, suavizarlo. Pero el futuro no nos permite ese poder. Nos desafía. Nos exige saltar sin red. En cambio, el pasado es un refugio cómodo, con muebles viejos y canciones familiares.
Según un estudio publicado en la Review of General Psychology, las personas tienden a idealizar su pasado cuando atraviesan períodos de ansiedad o incertidumbre. No se trata de que el pasado haya sido realmente mejor, sino de que nuestra mente lo edita para que parezca más seguro. Es un mecanismo de defensa: una forma elegante, casi poética, de resistir al miedo.
¿Y si la nostalgia es una forma de resistencia?
Pero no de la que nos impulsa, sino de la que nos ancla. Nos resistimos al cambio, a lo nuevo, a la vulnerabilidad que implica construir algo desde cero. Nos abrazamos al recuerdo como quien se aferra a una barca que ya tiene grietas, pero que conocemos de memoria.
Hay personas que nunca superan ciertas etapas de su vida. Siguen hablando del colegio como si hubiera sido ayer. Recuerdan un amor perdido como si nadie más pudiera igualarlo. No porque todo aquello haya sido tan perfecto, sino porque ese momento se volvió su guarida emocional. Y salir de ahí implicaría enfrentar la pregunta más temida: ¿Quién soy ahora, si ya no soy lo que fui?
Preguntas para el lector
-
¿Qué parte de tu pasado idealizás más de lo que realmente fue?
-
¿Cuántas veces has evitado dar un paso hacia el futuro porque te abrazaste a la nostalgia?
-
¿Qué estás evitando al mirar tanto hacia atrás?
Una historia breve: Clara y su vestido azul
Clara tenía 46 años cuando decidió abrir el viejo armario de su madre. Allí encontró un vestido azul, uno que había usado a sus 20, en su época universitaria. Lo tocó, lo olió, se lo probó. Y se vio al espejo. No era el cuerpo de antes. Ni el rostro. Pero algo se iluminó en su pecho. Salió del cuarto, se preparó un té, y se sentó en el sillón con el vestido puesto. No hizo nada más en toda la tarde. Solo estuvo ahí, con su reflejo mental de quien fue.
Lo hizo una y otra vez durante meses. Cada vez que algo le dolía, cada vez que su pareja discutía, cada vez que su trabajo se volvía insoportable. El vestido era un puente hacia una versión de sí misma que sentía más liviana.
Clara no supo qué responder. Solo entonces entendió que el vestido azul no era belleza ni ternura. Era miedo. Miedo de enfrentar la vida que tenía ahora. Miedo de crecer. Miedo de cambiar.
Acciones para atravesar la nostalgia con conciencia
-
Nombrá tu miedo. No lo disfraces de “extrañar tiempos mejores”. ¿Qué es exactamente lo que te da miedo del ahora o del mañana?
-
Agradecé, pero no idealices. El pasado tiene valor, sí. Pero no uses su recuerdo como un filtro para desvalorizar tu presente.
-
Hacete preguntas incómodas. ¿Qué parte de vos murió que no te animás a dejar ir? ¿Qué versión de vos necesitás construir ahora?
-
Ritual de cierre. Tomate un día para hacer un cierre simbólico: escribir una carta a tu “yo” de antes, quemar fotos que ya no te representan, donar objetos que solo te atan.
-
Imaginá el futuro. No con miedo, sino con curiosidad. Creá una visión. Escribí cómo querés sentirte dentro de un año. Permitite construir algo nuevo.
Reflexión final
La nostalgia puede parecer inofensiva, incluso romántica. Pero también puede ser una prisión con paredes acolchadas. Nos susurra que antes todo era mejor, que no vale la pena arriesgar, que el presente no está a la altura del recuerdo. Pero recordá: el pasado fue, entre otras cosas, tu presente de entonces… y no siempre fue perfecto.
Volver al pasado es válido, siempre y cuando lo hagamos con la intención de comprendernos mejor, no de escondernos. Porque cuando la nostalgia se convierte en un refugio para no enfrentar lo que tenemos frente a nosotros, deja de ser emoción… y se convierte en miedo con perfume a flor seca.
Quizás por eso es tan elegante: porque sabe vestirse bien. Pero no deja de ser miedo.
Comentarios
Publicar un comentario