Las cosas que dejamos atrás (y nunca del todo)
Porque parte de vos se quedó ahí. Y no hay maleta que alcance para traerte de vuelta completo.
Lucía caminó por la estación central de trenes de Florencia como si el tiempo no hubiera pasado. Hacía exactamente siete años que se había ido. Lo había hecho por amor —o más bien, por la ausencia de él—. Dejó la ciudad, el idioma que había aprendido con torpeza pero cariño, las tardes de vino barato en la Piazza Santo Spirito y, sobre todo, a Matteo.
No se dijeron adiós con palabras grandes. No hubo promesas ni reproches. Solo una certeza compartida: no era el momento. Ella tenía que volver a Buenos Aires, y él no podía seguirla. Lo suyo fue una historia de esas que se cuentan en voz baja, con una mezcla de nostalgia y gratitud. De las que duelen bonito, pero duelen igual.
Ahora estaba de regreso por trabajo, una visita de tres días. Había pasado años construyendo una vida sólida: una carrera, estabilidad, amistades nuevas. Todo muy real. Todo muy bien. Pero no completo.
Porque el alma, cuando se rompe en una ciudad, no se recompone en otra.
¿A qué lugares has vuelto solo con el cuerpo, sabiendo que el corazón nunca terminó de salir de allí?
No necesariamente hablo de ciudades. A veces ese “lugar” es una persona. Un tiempo. Un hogar que ya no existe. Un libro que marcó una época. Incluso una versión de vos mismo que quedó suspendida entre paredes que ya no visitás.
Volver físicamente no implica regresar emocionalmente. Porque el amor —de cualquier tipo— imprime algo. Y cuando se deja algo que se ama, no importa cuán lejos vayas, algo dentro tuyo se sigue quedando ahí, como si vigilara el recuerdo.
Hay un fenómeno interesante en psicología llamado nostalgia anticipada. Se refiere a la emoción que sentimos incluso antes de perder algo, cuando ya sabemos que tendrá un impacto profundo en nosotros. Así le pasó a Lucía. Incluso antes de subirse al avión aquella vez, ya sabía que parte de su vida se estaba quedando para siempre en ese andén, junto con Matteo.
Y hay otro fenómeno igual de fuerte: memoria emocional. Tu cuerpo puede olvidar datos, pero no sensaciones. Por eso a veces un olor, una canción o un atardecer basta para que todo vuelva con una fuerza inexplicable.
El lugar no cambia. Vos sí. Y por eso nunca se vuelve igual.
No lo sabría. No quiso buscarlo en redes, ni enviar mensajes. No por orgullo. Por respeto al recuerdo. Porque algunas historias no necesitan ser continuadas; necesitan ser honradas.
Y en el fondo, sabía que si lo veía ahora, todo se rompería. Porque lo que uno deja atrás nunca vuelve a brillar igual si lo forza a existir en el presente.
¿Te ha pasado?
Eso también es crecer. Reconocer lo que fue. Agradecer. Pero no forzarlo a ser otra vez.
Lucía volvió al hotel antes de que anocheciera. Había comprado un cuaderno pequeño, igual al que usaba cuando vivía allí, y escribió una frase: “No se vuelve del todo de un lugar donde uno dejó algo que amaba.”
La frase no le trajo tristeza, sino paz. Porque entendió que amar y perder es parte del viaje. Y que a veces no recuperar lo que se dejó atrás es una forma profunda de aceptar que eso, en su momento, fue suficiente.
Consejos para quienes vuelven “incompletos”:
-
Permitite sentir: La nostalgia no es debilidad. Es testimonio de que algo te importó.
-
No busques “reparar” el pasado: A veces el mayor acto de amor es no tocar lo que ya fue.
-
Agradecé lo vivido, incluso si dolió: Porque todo lo que te marcó te trajo hasta donde estás.
-
Escribí una carta a ese lugar/persona/tiempo: No hace falta enviarla. Pero puede ayudarte a cerrar o abrazar.
-
Convertí el recuerdo en impulso, no en ancla: Que lo vivido te inspire, no te detenga.
Preguntas para el lector:
-
¿Qué lugar, persona o etapa sentís que aún habita dentro tuyo?
-
¿Volverías si pudieras… o preferís recordarlo como fue?
-
¿Qué aprendiste de eso que dejaste y que aún te acompaña?
Lucía se subió al avión de regreso con una mezcla de calma y melancolía. No lloró. No sonrió. Simplemente aceptó. Porque hay amores que no necesitan ser eternos para quedarse. Hay lugares que no necesitan ser habitados para formar parte de uno.
Y hay despedidas que no se dicen en voz alta, pero se llevan en la piel como cicatriz suave.
Comentarios
Publicar un comentario