Sin pedir disculpas
Y no era la única.
Una verdad incómoda
Vivimos en un mundo que nos ha enseñado a pedir disculpas por ser demasiado algo: demasiado sensibles, demasiado ambiciosos, demasiado distintos, demasiado libres.
Y también por no ser suficiente: no tan delgados, no tan exitosos, no tan convencionales, no tan callados, no tan obedientes.
Entonces, muchas personas —como Sofía— van por la vida corrigiéndose, moderándose, adaptándose como si fueran errores a arreglar en lugar de verdades a abrazar.
Pero hay un punto en el que el alma se cansa de pedir disculpas. Y ese momento, aunque a veces llega con lágrimas, suele marcar el inicio de algo más poderoso: la autenticidad sin culpa.
¿Por qué cuesta tanto ser uno mismo?
Ser quien uno es sin pedir disculpas parece sencillo en teoría. Pero implica varias batallas internas y externas:
-
Batalla contra el miedo: el miedo a decepcionar, a que no nos quieran como realmente somos, a no encajar.
-
Batalla contra la herencia emocional: muchas veces aprendimos desde chicos que no debíamos sobresalir, molestar, destacar, incomodar.
-
Batalla contra la imagen ideal: esa idea de perfección que nos impone la sociedad y que intentamos alcanzar, a veces a costa de nuestra propia verdad.
Un estudio de Psychology Today indica que uno de los principales factores que alimentan la ansiedad social es el miedo a ser juzgados por mostrarnos tal cual somos. La necesidad de aprobación, profundamente enraizada, nos lleva a construir versiones editadas de nosotros.
Pero… ¿y si empezáramos a vivir sin pedir disculpas?
Ser quien uno es no significa imponerse, ni ser egoísta, ni andar por la vida sin empatía. Significa, simplemente, dejar de negar las partes esenciales de uno mismo para acomodarse a un molde.
Es decir:
-
No disculparte por llorar cuando algo te conmueve.
-
No disculparte por decir que no, cuando no querés.
-
No disculparte por decir que sí, cuando el deseo es tuyo.
-
No disculparte por ser introvertido en un mundo que premia a los ruidosos.
-
No disculparte por ser diferente, intensa, caótica, tranquila, rebelde, o incluso contradictoria.
Historia real: Pedro y su voz
Pedro tenía una voz aguda. Siempre la tuvo. Desde la infancia, sus compañeros lo imitaban, se reían, le decían que hablaba “raro”. Creció tratando de hablar menos, bajando el tono, limitando su participación en clases, en grupos, incluso en sus propios sueños.
Pero amaba cantar. Y cuando a los 35 años se animó a tomar clases de canto, su profesora le dijo: “Tu voz es única. No la escondas. Usala.”
Pedro lloró esa noche. No por lo que le dijeron ese día, sino por todo lo que nadie le dijo durante 30 años. Y decidió que nunca más iba a pedir perdón por sonar como suena. Hoy canta en un pequeño grupo vocal. No es famoso, pero cada vez que abre la boca, se siente libre.
Preguntas para vos
-
¿Cuántas veces al día te disculpás por cosas que no necesitan disculpa?
-
¿Qué parte de vos sentís que tenés que esconder para que te acepten?
-
¿Y si esa parte fuera, justamente, lo mejor que tenés para dar?
Lo que no se perdona suele ser lo que se reprime
Muchas personas no se perdonan haber callado tanto tiempo. Pero la culpa no sirve de mucho si no se convierte en impulso para cambiar.
Por eso, ser uno mismo sin pedir disculpas requiere práctica. Como un músculo emocional que se fortalece cada día. Porque no se trata solo de valentía, sino de constancia.
Acciones para empezar hoy
La historia no contada de Sofía
Volvamos a Sofía. Un día, después de una sesión de terapia donde se animó a contar cuánto se había apagado para agradar, escribió en su diario:
“No quiero seguir siendo una versión amable de mí misma. Quiero ser real. Y si eso incomoda, está bien. Al menos me estoy eligiendo.”
Hoy, Sofía trabaja en una ONG, da talleres sobre autoestima y escucha su voz interior antes que la opinión de los demás. Se sigue sintiendo vulnerable, claro. Pero ya no pide disculpas por ser ella. Y eso, más que una victoria… es una revolución.
Reflexión final
Hay que tener valor para ser quien uno es sin pedir disculpas. No porque el mundo esté lleno de enemigos, sino porque está lleno de expectativas. Y desafiar esas expectativas requiere coraje.
Pero también es el camino más corto hacia la paz con uno mismo.
Así que, si hoy necesitás un permiso para ser vos, sin filtros, sin culpa, sin adaptaciones… este texto puede serlo. Aunque en el fondo sabés que no necesitás permiso.
Solo necesitás recordarlo.
Y caminar.
Sin pedir disculpas.
Comentarios
Publicar un comentario