Uno escribe para llenar vacíos, para calmar ausencias


Escribir es un acto de nostalgia y de necesidad. No siempre se escribe por tener algo que decir, sino por no saber cómo callar. Las palabras a veces nacen de lo que falta, de aquello que ya no está, de una ausencia tan marcada que solo puede expresarse por medio del lenguaje. ¿Quién no ha sentido ese impulso de poner en papel lo que no cabe en el pecho?

Cuando el mundo duele o se torna incomprensible, escribir se convierte en refugio. Es una forma de hablar con uno mismo en voz baja. Un método silencioso para darle forma al caos interior. Escribir llena vacíos, no con certezas, sino con ecos. Con las sombras de lo que una vez fue o lo que nunca llegó a ser. En cada línea que trazamos, estamos buscando, aunque sea inconscientemente, una forma de reconciliarnos con lo perdido.

Yo, por ejemplo, empecé a escribir tras una ruptura. No para contar esa historia, sino porque no podía dejar de sentir que algo dentro de mí había sido arrancado. Las palabras llegaron sin forma, sin estructura, pero con la urgencia de quien necesita decir lo que ni siquiera entiende aún. Con el tiempo, descubrí que no escribía para recordar, sino para no olvidar quién era mientras todo cambiaba.

Hay estudios que respaldan esta idea: según James Pennebaker, psicólogo pionero en el estudio de la escritura expresiva, escribir sobre experiencias traumáticas o difíciles no solo ayuda a procesarlas emocionalmente, sino que también mejora el sistema inmune y el bienestar psicológico. La escritura no es solo arte; es medicina del alma.

¿Y tú? ¿Qué ausencia estás intentando calmar? ¿Qué parte de ti está pidiendo ser escuchada en una hoja en blanco?

No necesitas ser escritor para escribir. Solo necesitas ser humano y estar dispuesto a mirar hacia adentro. A veces, una sola frase escrita en un momento de verdad puede salvarte de un naufragio interior. O al menos, darte una tabla a la cual aferrarte mientras aprendes a nadar en tus propios mares.

Te propongo algo simple: escribe hoy una carta que no vas a enviar. A una persona. A ti mismo. A un recuerdo. Llénala de todo lo que no has dicho. Tal vez descubras que, en ese gesto sencillo, estás empezando a sanar.

Porque sí, uno escribe para llenar vacíos… pero también para construir puentes hacia uno mismo.

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